Hace pocos días llegó a mí un vídeo sobre un experimento llevado a cabo en Suecia, en el que un chico agrede verbalmente e intimida a una chica que parece ser su pareja. El escenario era un ascensor y subieron 53 personas y 52 de ellas actuaron como si la situación fuera de lo más normal y no estuviera pasando nada. Sólo una de ellas reaccionó en esta situación. Escalofriante ¿no?.
Después de ver el vídeo pensé en la historia que viví en primera persona hace muchos años. Quiero compartirla con vosotros, porque de ella se pueden aprender muchas cosas, como que podemos parar todo aquello que no queremos usando, por ejemplo, el enfado.
“Él se llamaba Manel y tenía unos 50-55 años, no lo sé con exactitud. Yo tenía unos 13 años y vivíamos ambos en un pueblo en los alrededores de Sabadell.
Me acordé de Manel porque yo sufrí acoso por parte suya durante unos dos años. Si soy sincera no recuerdo muy bien cómo empezó esta historia ni cómo terminó. Es curioso el ser humano y que yo haya podido olvidar detalles importantes de un suceso como este.
Manel era “el loco” del pueblo. Creo que bebía y siempre vestía con trajes envejecidos. Se contaba de él que su familia le había desheredado por estar loco y que su mujer también le había dejado. Lo que yo sé de él es que llevaba un recorte de revista con la foto de una actriz famosa en su cartera y decía que ella era su mujer. La gente decía que estaba loco pero que no era peligroso, aunque a mí su presencia me aterrorizaba.
Y un buen día tuve la mala fortuna de cruzarme en su camino y de que se obsesionase conmigo. Nunca me tocó, pero me hizo vivir aterrorizada por unos dos años. Para mí, la situación era tan desbordante que no lo conté a nadie, quizá pensaba que al no explicarlo era como si existiera “menos”. Lo que él hacía era seguirme y decirme que yo me casaría con él, quisiera yo o no.
A veces le veía y me seguía una parte del camino hasta que yo comenzaba a correr y le perdía. Otras veces yo estaba esperando el autobús para desplazarme hacía la población dónde iba al instituto y si él me veía, subía en el autobús conmigo y me seguía por Sabadell hasta que yo conseguía que me perdiese de vista. No le veía a diario pero sólo pensar que podía verle precipitaba como un tsunami en mi cuerpo y sólo tenía ganas de llorar.
El día que recuerdo con más terror fue el día en que cuando yo salía del instituto me estaba esperando en la puerta. Creía que él no sabía dónde estudiaba yo así que me asusté muchísimo cuando me di cuenta que sabía más de mí de lo que yo creía. Volví a entrar al instituto y me quedé temblando, llorando, y pedí ayuda a unas amigas para que saliésemos en grupo corriendo y él no me viese.
Escribo esto porque muchas de estas situaciones ocurrían a la vista de todo el mundo y no recuerdo que nadie hiciese nada. No recuerdo que nadie me ayudase en esa situación.
Cuando hacía un año y medio aproximadamente que vivía esta situación de terror y vergüenza no pude más y se lo conté a mi madre. Mi madre se enfrentó a él y se calmó unas semanas. Después, de nuevo volvió a acosarme aunque con menos intensidad, hasta que no sé bien cómo ni cuando la situación terminó definitivamente.
Creo que el enfado está para ser usado y es necesario para poder frenar situaciones que no queremos en nuestras vidas. Por supuesto, usado dentro de un contexto, de forma “equilibrada” y adaptada a la situación. Se suele categorizar el enfado como algo “malo” y estoy de acuerdo cuando se usa para dañar, humillar, dominar o herir a los demás pero creo que es muy útil utilizarlo para cambiar situaciones que no queremos o en las que quieren dañarnos, herirnos, dominarnos o humillarnos.
Obviamente yo usé poco mi enfado en aquella situación ya que de lo contrario no habría durado dos años. Aunque tenía sólo 13 años, ahora se me ocurren muchas cosas que podría haber hecho, como explicar a mis padres lo que me pasaba, ir a denunciarle a la policía, gritarle o incluso darle una patada en los huevos, que para eso llevaba cuatro años yendo a clases de taekwondo. Quizá así, se le hubieran quitado las ganas de acosarme y aterrorizarme.
Muchos años más tarde, recibiendo sesiones del Método Grinberg volví a recordar esto. Cómo decía, es increíble el mecanismo que tiene nuestro cuerpo cuando no conseguimos gestionar completamente algo. En las sesiones que recibí, mi querida Valerie me ayudó a digerir esta situación que seguía en la memoria de mi cuerpo cada vez que recordaba la cara, el olor y las palabras de Manel. Me enseñó a sentir como todavía me encogía, dejaba de respirar, temblaba y me congelaba y a permitir el terror y el enfado almacenados. Me enseñó a percibir el enfado y el terror como fuerzas para defenderme, determinación, agilidad, claridad y confianza. No sé si todo pasa por algo pero lo que si tengo claro, es que de todo se puede aprender.”
No puedo darte ninguna fórmula para aprender a usar el enfado o para lidiar de forma teórica con los síntomas de algo traumático en tu vida, pero si puedo enseñarte a que sientas cómo tú cuerpo está reaccionando ante esta situación y que lo uses para estar mejor.